LA HONESTIDAD INTELECTUAL

Publicado en por Taller de Redacción

Abordar sólo temas de los que se tenga conocimiento

Tanto las exigencias actuales de la vida académica como la inmediatez del periodismo conducen al callejón sin salida de escribir sobre temas que se desconocen. Con mucha frecuencia se escucha la queja de reporteros y académicos de que se tienen problemas de redacción o simplemente que faltan las palabras, pero al averiguar lo que hay detrás de este lamento se descubre que la razón de fondo es que se desconoce el tema abordado y en consecuencia no se dispone de opiniones o reflexiones al respecto. Si no hay nada que decir, es natural que falten las palabras. Debemos estar atentos para distinguir cuándo existen problemas de redacción y cuándo la dificultad radica en la ignorancia.

No plagiar

A veces de modo inconsciente, sin darse cuenta del alcance, se copian las ideas ajenas y se presentan como si fueran propias. Sentar plaza de erudito, apropiándose las ideas del otro, no es recomendable. Pronto, no sólo se gritará la falta de honradez intelectual en todos lados, sino que incluso se renuncia a la aventura de la creación por la costumbre de pensar en cabeza ajena.

No tergiversar

Esta advertencia debe entenderse en dos sentidos. Cuando se aborda el pensamiento de otros autores debe guardarse la mayor fidelidad a sus ideas, con mayor razón en los casos que se rebata a otro escritor. Sin embargo, las peores tergiversaciones ocurren cuando por un error o descuido de la memoria se atribuye al escritor citado un sentido distinto al original. Por otro lado, cuando se trata de nuestro propio pensamiento, no hay que tergiversar los hechos, porque acomodar la realidad a lo que deseamos no es conveniente, pues incluso puede ser que más tarde esos hechos que no cabían en nuestro esquema mental sean significativos para lo que deseábamos demostrar, sólo que en un primer momento no supimos interpretarlos.

Debe reflejarse la época al escribir

Algunos piensan que escribir de modo intemporal, es decir, sin referencias concretas, equivale a comprar un seguro que garantice el paso de la inmortalidad. Se cae, entonces, en lugares comunes que fueron, son y serán verdad desde la lejana época de los presocráticos hasta nuestros días, pero que nada añaden ni interesan a nadie. O bien en un hablar tan abstracto que equivale a decir nada. Cuando Antonio Machado quiere explicar este principio recurre a Kant y su metáfora de la paloma que al ver que el viento estorba su vuelo imagina que en el vacío volará mejor. De lo cual podemos concluir que el pensamiento o los hechos históricos en que estamos inmersos, que se resumen en esa ambigua generalidad que llamamos nuestra época, a veces, por estar demasiado cerca, por estar en movimiento continuo, pueden dificultarnos el trabajo, pero no supongamos torpemente que, como la paloma kantiana, en el vacío escribiríamos mejor.


Ser modestos

La modestia es aconsejable y no solo por elogio de la virtud, sino porque actuar con modestia ayuda a salir airoso cuando se señalen nuestros errores. Hay, pues, que curarse en salud.

Escribir con cautela

Al redactar un texto no sabemos a que ojos benevolentes o iracundos irá a parar; de ahí que al escribir, y ésta es una norma de oro, debemos proceder como si estuviéramos bajo la advertencia de Scotland Yard: Todo lo que escriba puede ser usado en su contra.

No enturbiar a propósito

Hay personas que consideran que lo que piensan es demasiado simple y suponen que ganarán algo si enturbian las aguas para que parezcan mas profundas. Sobra decir por lo dicho hasta ahora que este oscurecer deliberado es un recurso barato y que no cumple su cometido. Al contrario, puede afirmarse que si el pensamiento es complejo, ponerlo en claro es ya un mérito y un servicio.

No es conveniente partir de generalizaciones

Es muy común, sobre todo cuando el redactor es joven, emitir juicios que tienen su arranque en una generalización que la mayor parte de las veces, una vez analizada, resulta falsa y poco precisa siempre. Expresiones del tipo “la crítica literaria en México es de baja calidad”, “los universitarios se mantienen al margen de la realidad”, siempre resultan injustas, puesto que no se especifican, no precisan, quienes son los sujetos concretos a quienes cabe hacer estos señalamientos. Tendemos a ampararnos, a protegernos con demasiada prisa en la generalización, cuando la variedad y la riqueza del mundo se niegan a someterse a reglas sin excepción.

Al escribir, encontrarle el gusto

Ciertamente, se escribe con diversos objetivos – un trabajo semestral, un ensayo para una revista, un articulo de periódico, una tesis o un libro-, pero en todos los casos escribir, y no la búsqueda del aplauso, debe ser la finalidad del redactor. Como nada descubre más los secretos de una persona que poner sus pensamientos por escrito, hay que estar prevenidos, con la conciencia tranquila, para cuando llegue el streap tease intelectual. Poner lo mejor de uno mismo siempre es una garantía y si no lo fuera, al menos que la recompensa no sea el juicio de los otros, sino el gusto que uno ha puesto en escribir, mejor o peor, su pensamiento.


No tomarse demasiado en serio

También es aconsejable un poco de humos, pero provocar la sonrisa del lector es más difícil de lo que a primera vista parece; por eso, riéndonos no de los demás, sino de nosotros mismos, tal vez iremos por el camino más seguro para incitar su complicidad. El buen humor por el juez comienza.

Una correcta dosis de autocrítica

Aunque es difícil recurrir a la autocrítica, porque siempre se interpone la auto estimación, ejercer esta práctica es indispensable para perfeccionar el texto y de paso es preferible corregir los errores antes de publicar a que estos sean señalados por otros. Para alcanzar la autocrítica se puede recurrir a la ya aconsejada lectura en voz alta, pero sobre todo a imaginar, desdoblados en otros, cómo una persona distinta de nosotros entenderá el texto. No obstante, hay que tener cuidado de que la autocrítica no se convierta en un superyo o conciencia vigilante que acabe por paralizarnos.

Al escribir, olvidar las normas

El conocimiento y el estudio de las normas de redacción no deben impedir la espontaneidad de quien escribe. Lo deseable es que una vez estudiadas las normas se incorporen a la memoria y sólo se acuda a su lectura en casos de duda y, sobre todo, durante la corrección del borrador, pero al escribir, para hacer con libertad, hay que olvidarse de las normas.
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